domingo, 27 de junio de 2010

Kangurolandia

He pasado el fin de semana en Kangurolandia.

Imaginad verdes praderas al lado del mar. El sol se pone, dejando un manto de luz anaranjada tras él. La atmósfera es perfecta para las fotos, contraste absoluto de luz y de colores. Mar y montaña: la paella perfecta. Imaginar decenas de canguros grises, de todos los tamaños, saltando y pastando, apareándose... Junto a la orilla del mar. Imaginad un mar azul, sereno. Olas transparentes que rompen con la misma intensidad al llegar a la orilla. Surfistas asiduos al lugar, disfrutando de las magníficas condiciones. Imaginad, de pronto, unas aletas grisáceas. Hay alguien más que quiere pasarlo bien: un grupo de delfines mulares (sí, como los del zoo), que no quieren ser menos y, a pesar de no tienen tabla, son los amos del deporte, los dueños del lugar. Surfean todos a la vez, no hay prioridades: toda la familia junta, en fila. Imaginad ese mix absolutamente insólito para una piltrafilla como yo: canguros, delfines que surfean, personas que lo intentan. Los primeros miran a los segundos, mientras mascan la yerba que pastan. Los segundos no miran a nadie, solo disfrutan del oleaje. Los terceros no pueden ver nada y son jilipoyas: intentan ser más interesantes que cualquier otra cosa. No lo són. Ningún humano lo es.



Imaginad todo esto. A sólo diez minutos de vuestra casa. El lugar: Esmerald Beach. Estoy flipando y mi cámara saca humo.


Los Kanguros no son mamíferos corrientes. Como imagino que habréis fallado esta pregunta varias veces en el Trivial, seguro que ahora recordaréis que son Marsupiales, una infraclase muy especial de mamíferos. Estos animalicos tienen de peculiar que pasan muy poco tiempo en el útero materno. La mayoría de ellos sale después del primer mes. Después del parto, las crías se agarran a la madre y trepan, como quien escala en Montserrant, hasta la entrada de la bolsa marsupial. Se meten dentro y allí se quedan hasta 9 meses más, mamando cuando son muy pequeños, comiendo yerbajos más tarde, pero nunca salen de la bolsa hasta que no son lo suficientemente grandes y fuertes para valerse por ellos mismos. Es muy común, entonces, ver las bolsas casi rozando el suelo, con una cabeza orejuda saliendo de ellas. Comida a domicilio. Ni siquiera debe sacar las manos para comer: la pequeña cría arranca con las boca y mastica las plantas, al mismo tiempo que lo hace su madre.


Cuando las crías estan listas, ellas mismas se dan cuenta de que ya no caben en la bolsa. Hacen terribles esfuerzos para emanciparse, aunque saben que el mundo exterior nunca será tan confortable como el marsupio de su mami.
Y como todas las madres del mundo, las canguras sufren e intentan retrasar al máximo el día en que sus retoños las dejen.
Creedme si os cuento que una mamá canguro triste puede dar mucha pena...

Los machos, como casi siempre pasa en la naturaleza, no toman mucho partido en lo que a su descendencia se refiere. Despues de encargar el paquetito, no hacen mucho más que tumbarse al sol y verlas pasar. Como la yerba no es escasa, se espatarran en el suelo y, sin necesidad de desplazarse, allí mismo arrancan su comida, la mastican y la engullen. Engordan varios quilos en pocos días. Les cuesta unos minutos levantarse. Buscan otro metro cuadrado de césped y se vuleven a tumbar en él. No hacen más. Parece mentira que tengan fama de ser bichos con mala leche. A mí no me lo parece. Dicen que si les tocas demasiado las pelotas te pegan una patada que termina contigo. Pfff: Yo creo que les pesa demasiado el culo para eso.


Normalmente hay uno o dos machos adultos en la manada. Más es multitud: hay hostias por ver quien tiene la cola más larga. El resto del grupo esta formado por hembras, crías y machos muy jóvenes. Las primeras, una vez paridas las crías, son perseguidas por ellos. Los muy cretinos las agarran por los cuartos traseros, juegan con su cola y hacen cualquier tontería por llamar su atención. Al final, como siempre pasa en la naturaleza, ellas acaban cediendo a sus tonterías, a sus carantoñas y a su falso encanto, y el resultado siempre es el mismo.

No puedo parar de hacer fotos. Son demasiados. Parece que cada uno y una tiene su propia personalidad. Unos son simpáticos y valientes: dejan que me acerque a menos de un metro y que les moleste con el click click click de mi cámara. A otros no les gusta mi colonia y me rehuyen: se apartan dando saltitos, usando su cola como balancín para no perder el equilibrio.

Otros se me quedan mirando, curiosos. Se preguntan qué soy. ¿Soy comestible? ¿Acaso un arbusto? ¿Soy un depredador? Puedo ver la desconfianza en sus ojos. De nuevo, me siento mal. No, sólo soy un estorbo en el paisaje, cruel y ignorante. Perdonen las molestias, pero he venido a sacarles unas fotos porque no puedo existir sin molestarlos.

Algunos ni siquiera me miran. No parezco importarles demasiado. Supongo que eso está bien: siguen con sus vidas y tareas, sin molestarse en prestarme ni un minuto de atención. Gracias a ello, consigo una foto de un canguro rascándose el culo y otra de un canguro cepillándose los dientes.


Al caer el sol, las nuves bajan a nivel del mar. Ya hace rasca y yo tengo los pantalones mojados de estar sentada en el césped. Me estremezco. Es hora de largarme. Me da la impresion de que Ellos estan de acuerdo con eso.

Buenas noches, Kangurolandia.

domingo, 20 de junio de 2010

Humpback Whale

Estoy en Coffs Harbour. Esta tarde he dejado Lismore para no volver. El pueblo resultó ser más bien aburridillo, húmedo y frío. A pesar de ser pequeño en número de habitantes, todo está a tomar por culo. No tienes coche, estas muerto. Una alternativa más sana es hacer amigos con rapidez. La mayoría de estudiantes tiene algo parecido a un automóvil: enormes neveras con ruedas, pintadas al gusto de cada uno y con una cama en la parte trasera. Así es como los aussies se mueven por el país: llevan la tabla de surf en el techo, el patinete bajo el asiento y los bañadores colgando del parabrisas, entre otras cosas de más o menos utilidad. Viajan durante meses: de arriba a abajo, de Sydney a Melburne, de Perth a Cairns, de Darwin a Tasmania... Duermen en las furgos, comen en las furgos, se aparean en las furgos...
Así pues, lo mejor plan de todos es conocer a alguien con furgo y engatusarlo para que nos transporte a Tutankamon y a mí 250 km al sur.

Pero todo a su debido tiempo...

Lismore no era gran cosa, pero mis días allí han sido inmejorables. Es el lugar de mi revelación, el lugar donde me acordé de por qué escogí esta carrera. El lugar donde me dije: "Nací para esto".

Remontémonos a hace 20 años, cuando me paseaba por el piso de mis padres con un delfín azul bajo el brazo. No me acuerdo de dónde salió, de si lo escogí yo o me lo regalaron sin preguntar. Creo que ese fue mi primer contacto con el mundo marino. Recuerdo que años más tarde, la Orca Ulises me tenía fascinada, y que me jodió mucho que se la llevaran al Sea World de San Diego. También me llevé una gran decepción cuando me dijeron que no era una Orca, sino un señor Orco y que en California se hizo una novia en la piscina de al lado.

Una navidad, me compraron toda la colección azul de Jacques Custeau. La mayoría de los vídeos trataba sobre tiburones, peces y cangrejos. Había uno sobre ballenas, otro sobre delfines y otro sobre focas y otros carnívoros acuáticos. Ví unas 2 veces cada vídeo, 10 veces los últimos. No puedo explicar esa extraña obsesión, ya desde tan temprana edad, por los mamíferos marinos. No sé qué disparó mi curiosidad. No sé por qué el niñato de "Flipper" me daba tanta rabia. Sí sé, ahora, que nací para esto. Y ya no voy a olvidarlo jamás.


A 4o km de Lismore, en la costa, este del país se encuentra Byron Bay. El pueblo, en sí, no tiene nada de interesante, pero está situado en una zona privilegiada: en la punta más este de la gran isla de Australia (Cape Byron), que resulta que es el lugar de paso obligado de todas la ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae) que migran des de la Antártida hacia la Gran Barrera de Coral. No exagero cuando digo que las puedes ver viajando, sin necesidad de binóculos, a lo largo de toda esa costa, des de la parte más alta del pueblo, donde se encuentra el faro.


La primera asignatura que he tomado, evidentemente, trata sobre mamíferos marinos. Y como no podía ser de otra manera en este fascinante país, las prácticas son reales, en el mundo real, con animales de verdad: nos subimos a una barca y buscamos al bicho. Parece que un animal que alcanza 17 metros de no se pueda esconder facilmente. Mentira. Si no le da la gana, no sale en un buena rato del agua. Pueden bucear profundo y pasarte por debajo sin que te enteres. Lo puedes buscar desesperadamente y quedarte con las ganas de verlo. Afortunadamente, los biólogos marinos les parecen buena gente y, normalmente, te brindan algún que otro saltito, cancioncillas o aplauso de aleta pectoral en el agua...

La mejor manera de localizar a las ballenas a nivel del mar es buscar "pachadas".
Eso no es posible, pensaréis. Bien, pues, esto es una pachada de ballena:


La superficie de esta masa de agua es lisa, en comparación al resto. Por aquí ha pasado algo gordo.

Después de encontrar una pachada, y sabiendo que el animal anda cerca, lo mejor es tener la cámara preparada por si pasa esto:

De repente, salen del agua, no una ni dos ni tres, sino cuatro (¡¡¡!!!) ballenas jorobadas. Te pegas un susto mortal de la muerte cuando oyes el ssschufffffffsh del chorro de aire y vapor que sale de los respiradores que tienen en la parte superior de la cabeza.


Pero pasado el momento de desconcierto y pseudoinfarto, te relajas y te dedicas a observarlas. Puede que pierdas alguna que otra lágrima. No es por la brisa. Puede que te tiemblen las manos y que no puedas sacar fotos decentes. De hecho, lo único decente que consigues hacer es admirar boquiabierto cómo estos increíbles seres acuáticos viajan en paz, venciendo la resistencia del fluido, majestuosa y ágilmente, a pesar de sus 40 toneladas de peso.




Parece que viajan una hembra adulta y tres machos jóvenes. Es posible que ella esté preñada. Parirá en la Gran Barrera de Coral, la clínica más pija del oceáno. La cría medirá unos tres metros y pesará, ya entonces, un par de toneladas. Lo machos del grupo rodean a la hembra, peleándose por el mejor puesto: justo por detrás de ella, rozando su vigoroso cuerpo.


Puede que alguno de los machos peleones sea el padre del futuro ballenato, y que su canción fuera la más hermosa. Los machos de las jorobadas cantan todos la misma canción, pero siempre hay quien desafina más y quien desafina menos. Las canciones son complejas y difieren entre ellas, dependiendo de la zona del planeta donde se encuentren estos gigantes. Así pues, las ballenas jorobadas del Pacífico Sur, llamadas "jorobadas" por la joroba que tienen antes de la aleta dorsal, cantan todas el mismo hit. Si una ballena viene de visita desde la otra punta del océano cantando "La Macarena", lo más probable es que si a las locales les "mola" el nuevo balenotono, lo incorporen en alguna de las estrofas de su canción. En el mar no hay SGAE, así que no hay problemas...
Recomiendo que entréis en esta página:
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/1/13/Humpbackwhale2.ogg

El tiempo pasa volando. No me doy casi cuenta, y ya tenemos que irnos... Me despido de mis amigas, silenciosamente. ¡Me pasaría aquí las 24 horas! Pero hay que dejarlas marchar, de esto se trata: nosotros a lo nuestro, ellas a lo suyo. Somos extraños y peligrosos ante sus ojos. Es horrible que paguemos justos por pecadores, pero degraciadamente tiene que ser así: cuanto menos nos acerquemos, mejor. Demasiado han sufrido ya...

Parecen contentas, cuando nos alejamos, pero aún así, se molestan en despedirse.





Vuelvo a Lismore para seguir con las clases. No quiero estudiar el plancton nunca más.

martes, 15 de junio de 2010

Olivia Newton John

Los aeropuertos pequeños no son serios. En el de Lismore sólo llegan y salen dos aviones al día, así que sólo tiene una sala, un lavabo mixto y una tienda de periódicos y chicles. Las maletas se dejan y se recojen en una habitación que tiene una puerta metálica como la de la verdulería de mi pueblo. Sólo hay una ventanilla para el check-in. No es serio. Parece el aeropuerto de los pin-y-pon.

En éste aeropuerto que parece salido del anuncio de Malibú ("me estás estresando"), me está esperando una señora con cara de lechuza y un poco regordeta. Cogea al caminar. Hace ademán de coger a Tutankamon, pero no se lo permito. No quiero que también se joda la espalda. Dejo que me lleve el laptop (portátil) hasta su sedán verde-mar, cuatro puertas y automático. Yo arrastro con una fuerza sobrehumana los otros dos bultos.

Se llama Sandra y le encanta Olivia Newton John porque son del mismo pueblo y, además, la última tambien se llama Sandra en la película Grease, aunque la apodan Sandy. A pesar de ello, me comenta, ya no vé películas ni escucha música porque gran parte de su tiempo libre lo dedica a leer la Biblia. También escucha una radio donde entre "El señor es mi pastor..." y "Padre nuestro que estás en..." salen personas de a pié, contando lo bien que se sienten cuando evitan cometer alguno de los 7, creo que eran, pecados capitales. Me parece una gran manera presentarse a uno mismo, y el tema nos ocupa la mayor parte del camino hasta su casa. Yo le digo que no creo en Diós, pero que sé cocinar y que me gustan los bichos del mar.

Lismore resulta ser una ciudad pequeña, de unos 30.000 habitantes. El terreno es irregular y los diferentes barrios están repartidos en cerros de altura mediana y un vallecito central, por donde pasan un par de rios bastante caudalosos. Las distancias son muy grandes entre barrio y barrio. Entre una manzana y otra hay campos de rugby o bosquecillos de eucaliptus (con koalas) de por medio, con lo cual, se tarda mucho en llegar a los sitios caminando. Si no tienes coche, estás muerto. Me planteo el comprarme uno. Primero, mejor, desharé la maleta.

Llego a casa de la señora Sandra. Está en uno de estos cerros de pendiente casi 90%. Me ahogo sólo de pensar que tengo que subir eso cada día desde la universidad. Tranquila, yo te llevaré a la uni y te vendré a buscar, porque aquí no hay buses y esto entra en el precio. Genial. Empieza a caerme bien. No puede ser mala persona cuando tiene un perro y una cacatúa. Theo y Eylie. Theo es un Cóquer spaniel rubio que mea en el cesped y lleva un polar del decathlon. Eylie es un pobre animal con las alas cortadas, que canta y habla todo el día, silva el típico fiiiu-fiuu del obrero y se posa en tu brazo. No sin antes pellizcarte un dedo con el pico. A menudo sale de su jaula y experimenta una pseudo-libertad. Corretea por el pasillo, hasta la cocina, hasta el salón, hasta el comedor, hasta la cama de Theo, le da un picotazo y éste hace caso omiso. Luego vuelve a la jaula, pero como tiene muñones, no puede subirse. Revolotea, pero todo es inútil. Se caga en el suelo. Vuelve a revolotear. Se caga de nuevo. Sandy descubre el marrón, recoge al pájaro y lo mete en su jaula, "Bad boy". Entonces, éste se mira en su espejo y se pasa el resto del día manteniendo una conversación imposible con su reflejo. Lo peor es que realmente cree que allí hay alguien más. Es realmente triste.



La casa es enorme. Toda de tocho rojo, con los techos demasiado altos para calentar ninguna habitación. Las luces son antiguas y apenas alumbran. Tiene dos salas de estar, cinco habitaciones, tres baños y etc... En el jardín hay una piscina llena de hojas y ramas en el fondo y una caseta , también de tochos, donde hay un labavo extra y un par de talleres. Todo me parece espeluznante. He visto muchas películas de terror en mi etapa adolescente y eso, ahora, me está pasando factura. Mi habitación es demasiado grande para mí. La cama es doble y las puertas del vestidor son de espejo, con lo que la estancia se duplica. Por suerte, hay suficiente espacio para meter a Tutankamon entero en el armario. Aunque me da palo, por el poco tiempo que estaré aquí, deshago la maleta. Lo pongo todo en cajones y cuelgo varias cosas en perchas que ya no tienen forma de perchas. Cuando saco el portátil y pongo el neceser a la vista, la habitación parece estar más llena. Un oso de peluche jubilado me hace compañía, aunque me da bastante repelús. Nunca lo toco. Se queda en la esquina donde Sandra lo dejó. A saber cuantas especies de ácaros y microorcanismos conviven en su pelaje gris.


No soy la única international student de la casa. En la habitación de al lado vive una china mandarina. Se hace llamar "Cherry", aunque dudo mucho que ese sea su verdadero nombre. Tiene 21 años, la cara aplastada y los ojos hundidos, como todos los chinos. Se ríe todo el rato, no sé por qué. Parece un poco gilipoyas. Cuando no se rie es porque está demasiado empanada pensando en lo que quiere decir. Lleva 6 meses aquí y Sandra le dejó una habitación con balcón y le compró un termo de 40$ para su café, pero creedme, mi abuela habla mucho mejor inglés que ella.

Es hora de comer. La china está de vaciones, pero aún así, se lo cocina todo la señora, en plan restaurant. Además, la nena NO come carne, NO come pollo, NO come sopa, NO come nada crudo (ni ensaladas), NO come zanharoria,s, calebaza, alcachofas, setas, legumbres... Sandra ha estado a punto de cortarse las venas en varias ocasiones, porque ya no sabía qué coño prepararle a la china de los cojones. No lo ha hecho porque es pecado y entonces no iría al cielo.

Cómo estoy motivada y tengo hambre y Sandra lleva media hora preguntándose qué hacer, le digo que tranquila, que yo me encargo. Pelo unas patatas, unas cebollas y unos pimientos y preparo unas "Patatas a lo pobre" con unos huevos fritos. Gracias a diós, hay aceite de oliva decente en la casa. Me queda demasiado bueno para ser verdad. La china se chupa los dedos. Es la falta de educación menos grave que comete, pues todo el rato mastica con la boca abierta para que podamos ver como las patatas bailan entre sus dientes. Me da un poco de asco. Sandra me agradece que haya cocinado y me dice que me llevará a ver cosas bonitas de los alrededores. Es sábado. El domingo y el lunes es fiesta nacional porque es el día de la Reina Isabel (sí, aún la consideran su reina). Tengo un par de días para conocer la región antes de empezar las clases, perfecto. Le pregunto si veré koalas y kanguros. Me mira con tristeza y responde algo tipo "antes, todo esto eran campos" y que si quiero ver esas cosas, mejor me vaya al zoo de Steve Irwin, en paz descanse.

Yo sí estoy cansada y, después de comer, me voy a mi habitación. Como es invierno, el sol se va a las 5 de la tarde. Pienso que tendré que levantarme prontito para disfrutar de las horas de luz, si es que quiero ver cosas. Extrañamente, en estas condiciones, mi cuerpo reacciona de manera autónoma a estímulos externos como la luz del día y el canto de los pájaros, y se despierta después de 7 horas y 30 minutos de sueño. Ojalá hiciera lo mismo en época de exámenes.

Por la noche, antes de irme a dormir, le pregunto a la señora si hay algún animal presente en las casas y jardines de por aquí, que sea potencialmente peligroso. Me dice que no me preocupe, que sólo estan la "Brown Snake" y la araña "Red Back". A las dos se las ha encontrado por la casa alguna vez, pero que con una escoba las ha echado a la calle. Si te muerden o te pica te mueres, sí, pero solo si no te inyectan el antídoto en menos de un par de horas. Eso sí, si buceo en el mar, debo tener mucho cuidado porque cada año desaparecen un par de submarinistas en las costas de la región. La corriente los aparta del grupo y los tiburones blancos lo saben. Lo tendré en cuenta.

Extrañamente, esa noche duermo sin problema.

lunes, 14 de junio de 2010

El viaje más largo

Despedirse. No nos gusta despedirnos. Aunque nos volvamos a ver en breves, aunque no nos vayamos a la guerra, aunque estemos todos sanos, despedirse sigue siendo incómodo, perturbador y triste. 9 de junio de 2010. Tengo un vuelo que coger a las 19:20, que acaba saliendo a las 19:45. Viva la puntualidad cuando podrías haber dado unos 10 abrazos y unos 20 besos más. Dirección Heathrow, Londres. Me voy sabiendo que es el primero de cuatro vuelos hasta mi destino: Lismore, New South Wales, Australia.

El vuelo, cómo siempre pasa si estoy yo, es movido. Me tiro el té por encima. Muy bien, Laura. Llego al aeropuerto. Recojo la maleta. No es una maleta normal, parece que lleve un cadaver, porque mide y pesa lo mismo que yo. Definitivamente, me doy cuenta de que no puedo con ella. Por suerte, encuentro una consigna cerca de las cintas y la dejo allí, después de esperar que los "nengs" que se encargan del asunto me presten un poco de atención. Sí, en Inglaterra también hay nengs.

Llego al hotel de Heathrow a las 11 de la noche, después de conseguir un tíquet de autobús que vale casi 10 euros por 5 minutos de trayecto (ida y vuelta). Me lo vende un indio antipático que se niega a dármelo si mi intención es pagar con targeta. Me dice que quiere pouds in cash, así que me señala el puesto de cambio de divisas, donde me apuñalan y me sangran 10 euros por cambiar 40. Me quedo con 22 pounds y varios pennies. Con eso solo tengo para chuches. Bueno, me compro el billete y ya no me queda para chuches. El hotel, por suerte, es un sitio decente. Las recepcionistas son gallegas, se lo curran y me dan una habitación con vistas al párquing. Es de noche, de nada me sirven las maravillosas vistas. Pero tengo dos camas, un lavabo y enchufes para cargar el móvil y las cámaras. Es suficiente. Con los pounds que me han sobrado me compro un zumo y una agua en el bar del hotel. Hay ingleses borrachos que quieren entablar conversación conmigo. Estoy demasiado cansada y triste para tener paciencia. Me voy a dormir.

Me levanto a las 8 y, después de acicalarme y arreglar la maleta, bajo al bar a tomarme el famoso English Breakfast. No me entran ni las salchichas ni las judías, así que opto por unos cereales y un té. después intento prepararme un pa amb tomàquet, pero el tomàquet está verde, el pà es chicle y NO hay aceite de oliva, obviously. Así que me como unos huevos revueltos, que saben a huevos de mentira, sólos. Dejar de fumar tiene sus ventajas, pero una de las mayores desventajas es que recuperas la capacidad de distinguir todo tipo de gustos repugnantes.

Minutos más tarde, vuelvo al aeropuerto y recupero mi cadáver. Hago que los nengs me lo envuelvan con film transparente, como quien congela pelayas. Ya no tengo pounds y me niego a cambiar más euros. Les digo a los nengs que si no me dejan pagar con targeta van a tener que desenvolver el paquete, porque no tengo suelto. Me miran y piensan "que tía más chunga", así que me dejan pagar con targeta. Bien. Ahora, el paquete parece total y absolutamente la momia de Tutankamon. No sé cómo voy a facturar eso.

Llego al punto de facturación y se tienen que llevar el paquete a parte, con un carro, porque no cabe en la cinta. Por suerte, gracias a mi cara de pena, no me hacen pagar nada de sobrepeso por él. Pero se fijan en que llevo dos bolsas de mano y como en Qantas son muy puñeteros me hacen facturar una de ellas. Paso todo lo de valor a la del portátil y la otra se queda en 10 kilos de apuntes y bragas. Me astillan 290 pounds, que es lo mismo que casi 400 euros. Quiero matarlos, pero no sería muy prudente, ya que no llegaría nunca a Australia y, además, se quedarían con Tutankamon.

El avión es la ballena azul de los aviones. Airbus 380-800, dos pisos, 4 clases sociales diferentes. Yo estoy con los campesinos. A pesar de ello, tengo una pantalla "aplastada" en el asiento de delante y unas 200 horas de entretenimiento entre películas, series y documentales. El asiento se reclina mínimamente, pero al menos tengo una mantita llena de borlas y un cojín. No estoy acostumbrada a tan poco confort. Como basura, pero me la como toda. Veo tres películas antes de llegar a Singapur: The Lovely Bones, Nine y Alice in Wonderland: Buena, pasa, caca de la vaca.


Singapur resulta tener más territorio submergido de lo que me esperaba. Llevamos 12 horas de vuelo cuando veo los primeros pantanales e islotes desde la ventanilla. La ciudad consta de unos cuantos rascacielos modernos que crecen entre los manglares hasta decenas y decenas de metros. Gran parte del territorio ha sido amputado por las taladoras y escavadoras y donde antes había selva ahora hay industrias sobre arena rojiza. Un

asco. El aeropuerto no está mal, de todos modos. Hay internet de gratis y lavabos. Pero en este país no existen las tazas de water, sino que te indican donde colocar los pies de manera estratégica para apuntar al hoyo del suelo. Eso sí: hay cadena y papel de culo. Se me quitan las ganas de mear.


El vuelo de Singapur a Sidney es el más pesado de todos. Son 7 horas de tortículis y mala circulación sanguinia. Ya no sé cómo ponerme. Veo dos pelis más: The book of Eli y The men who stared at goats. Me duermo en la primera. La segunda no la puedo terminar porque la azafata me quita los auriculares. Como me aburro, pongo la opción de "cámara exterior" en mi pantallita y veo como la gran ballena azul con alas se pasea entre las nuves.



Por fin, el avión se posa en Sydney. Son las 20, hora local. No tengo muy claro en que día estoy, en que día he estado, en que día estaré mañana... Sólo sé que aquí es de noche ya y que debo ir al hotel para intentar dormir un poco. Tutankamon y la otra maleta facturada han llegado milagrosamente a su destino, aunque me han pegado un buen susto, porque han sido los últimos en aparecer por la cinta.

El hotel no mola tanto como el de Heathrow. Es más viejo y la habitación huele a levadura fermentada, pero estoy cansada y me da igual. Parece que me voy a poner en hora rapidito. En el bar, me como unos rollitos de primavera refritos y me tomo mi primera cerveza australiana. Me sirve un chino sonriente. El primero de tantos que veré.

Duermo poco y mal, me ducho y me voy de nuevo al aeropuerto de Sydney. A las 9 de la mañana tengo que coger un avión para Lismore, unos 800 km más al norte. En facturación, me demuestran que los australianos son buena gente y que nada tienen ya que ver con los gilipoyas de los que descienden. No me hacen pagar más que 20 euros por los 20 kg que llevo de más. Entienden que soy estudiante, que me quedo unos cuantos meses y que no tienen por qué sangrarme más de lo que ya he pagado por el vuelo. Me encanta. Se lo agradezco mil y una veces a la señora de la corbata roja y me voy a desayunar felizmente. Me como una cookie de almendras y bebo cafe latte mientras veo la tele. Son las noticias de las 9 de la noche del día anterior de Radiotelevisiónespañola, una hora menos en Canarias. Fotografio a Rajoy en un aeropuerto que está a 17.690 km de la sede del PP en Madrid. Cosas raras que me pasan.


El avión es uno de esos con hélices que parece que se tenga que caer sobre una isla con osos polares. Sorprendentemente, se mueve menos que todos los que he cogido hasta el momento y eso me permite disfrutar del magnífico paisaje que me brinda la costa este del país, desde Sydney a Coffs Harbour, y de los bosques selváticos del interior de la misma costa hasta Lismore. Me tomo un té y me como unas porquerías picantes mientras pego la nariz al plástico de la ventanilla. Estoy exhausta, pero muy contenta. Todo es nuevo y estimulante.


A las 11 de la mañana del día 12 de junio de 2010, después de 24 horas de aviones y unas cuantas más en hoteles y terminales, llego a mi primer destino. Ha sido el viaje más largo de mi vida, pero tengo la sensación de que ha valido mucho la pena.