domingo, 27 de junio de 2010

Kangurolandia

He pasado el fin de semana en Kangurolandia.

Imaginad verdes praderas al lado del mar. El sol se pone, dejando un manto de luz anaranjada tras él. La atmósfera es perfecta para las fotos, contraste absoluto de luz y de colores. Mar y montaña: la paella perfecta. Imaginar decenas de canguros grises, de todos los tamaños, saltando y pastando, apareándose... Junto a la orilla del mar. Imaginad un mar azul, sereno. Olas transparentes que rompen con la misma intensidad al llegar a la orilla. Surfistas asiduos al lugar, disfrutando de las magníficas condiciones. Imaginad, de pronto, unas aletas grisáceas. Hay alguien más que quiere pasarlo bien: un grupo de delfines mulares (sí, como los del zoo), que no quieren ser menos y, a pesar de no tienen tabla, son los amos del deporte, los dueños del lugar. Surfean todos a la vez, no hay prioridades: toda la familia junta, en fila. Imaginad ese mix absolutamente insólito para una piltrafilla como yo: canguros, delfines que surfean, personas que lo intentan. Los primeros miran a los segundos, mientras mascan la yerba que pastan. Los segundos no miran a nadie, solo disfrutan del oleaje. Los terceros no pueden ver nada y son jilipoyas: intentan ser más interesantes que cualquier otra cosa. No lo són. Ningún humano lo es.



Imaginad todo esto. A sólo diez minutos de vuestra casa. El lugar: Esmerald Beach. Estoy flipando y mi cámara saca humo.


Los Kanguros no son mamíferos corrientes. Como imagino que habréis fallado esta pregunta varias veces en el Trivial, seguro que ahora recordaréis que son Marsupiales, una infraclase muy especial de mamíferos. Estos animalicos tienen de peculiar que pasan muy poco tiempo en el útero materno. La mayoría de ellos sale después del primer mes. Después del parto, las crías se agarran a la madre y trepan, como quien escala en Montserrant, hasta la entrada de la bolsa marsupial. Se meten dentro y allí se quedan hasta 9 meses más, mamando cuando son muy pequeños, comiendo yerbajos más tarde, pero nunca salen de la bolsa hasta que no son lo suficientemente grandes y fuertes para valerse por ellos mismos. Es muy común, entonces, ver las bolsas casi rozando el suelo, con una cabeza orejuda saliendo de ellas. Comida a domicilio. Ni siquiera debe sacar las manos para comer: la pequeña cría arranca con las boca y mastica las plantas, al mismo tiempo que lo hace su madre.


Cuando las crías estan listas, ellas mismas se dan cuenta de que ya no caben en la bolsa. Hacen terribles esfuerzos para emanciparse, aunque saben que el mundo exterior nunca será tan confortable como el marsupio de su mami.
Y como todas las madres del mundo, las canguras sufren e intentan retrasar al máximo el día en que sus retoños las dejen.
Creedme si os cuento que una mamá canguro triste puede dar mucha pena...

Los machos, como casi siempre pasa en la naturaleza, no toman mucho partido en lo que a su descendencia se refiere. Despues de encargar el paquetito, no hacen mucho más que tumbarse al sol y verlas pasar. Como la yerba no es escasa, se espatarran en el suelo y, sin necesidad de desplazarse, allí mismo arrancan su comida, la mastican y la engullen. Engordan varios quilos en pocos días. Les cuesta unos minutos levantarse. Buscan otro metro cuadrado de césped y se vuleven a tumbar en él. No hacen más. Parece mentira que tengan fama de ser bichos con mala leche. A mí no me lo parece. Dicen que si les tocas demasiado las pelotas te pegan una patada que termina contigo. Pfff: Yo creo que les pesa demasiado el culo para eso.


Normalmente hay uno o dos machos adultos en la manada. Más es multitud: hay hostias por ver quien tiene la cola más larga. El resto del grupo esta formado por hembras, crías y machos muy jóvenes. Las primeras, una vez paridas las crías, son perseguidas por ellos. Los muy cretinos las agarran por los cuartos traseros, juegan con su cola y hacen cualquier tontería por llamar su atención. Al final, como siempre pasa en la naturaleza, ellas acaban cediendo a sus tonterías, a sus carantoñas y a su falso encanto, y el resultado siempre es el mismo.

No puedo parar de hacer fotos. Son demasiados. Parece que cada uno y una tiene su propia personalidad. Unos son simpáticos y valientes: dejan que me acerque a menos de un metro y que les moleste con el click click click de mi cámara. A otros no les gusta mi colonia y me rehuyen: se apartan dando saltitos, usando su cola como balancín para no perder el equilibrio.

Otros se me quedan mirando, curiosos. Se preguntan qué soy. ¿Soy comestible? ¿Acaso un arbusto? ¿Soy un depredador? Puedo ver la desconfianza en sus ojos. De nuevo, me siento mal. No, sólo soy un estorbo en el paisaje, cruel y ignorante. Perdonen las molestias, pero he venido a sacarles unas fotos porque no puedo existir sin molestarlos.

Algunos ni siquiera me miran. No parezco importarles demasiado. Supongo que eso está bien: siguen con sus vidas y tareas, sin molestarse en prestarme ni un minuto de atención. Gracias a ello, consigo una foto de un canguro rascándose el culo y otra de un canguro cepillándose los dientes.


Al caer el sol, las nuves bajan a nivel del mar. Ya hace rasca y yo tengo los pantalones mojados de estar sentada en el césped. Me estremezco. Es hora de largarme. Me da la impresion de que Ellos estan de acuerdo con eso.

Buenas noches, Kangurolandia.